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Wednesday, November 29, 2006

¡Salud Vale!


Mis raíces musicales no fueron precisamente en el jazz o el blues; ni en la salsa o la música clásica.
Las primeras notas que escucharon mis pequeños oídos fueron melodías de los Invasores de Nuevo León, Los Tigres del Norte, Ramón Ayala y sus Bravos del Norte; los Ases de Durango y otros conjuntos.
Mi padre desde siempre trabajó en el ambiente de los bares y las cantinas y gracias a los borrachos yo comía, vestía y hasta concluí mi carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Sonora.
Uno de los recuerdos que más me agrada conservar y compartir es cuando de pequeña, mi papá me llevaba los fines de semana, junto con mis hermanos hombres, a comprar grandes barras de hielo en la hielería Veracruz y luego me subía a la parte de atrás de su inseparable pick up para que viera (por única vez en mi vida) caer la nieve que salía de largas mangueras que poco a poco llenaban la cajuela de blancas montañas donde yo podía jugar a que escalaba el Himalaya.
Una vez concluída esa "ardua" misión, nos dirigíamos al Bar "La Arboleda", una cantina que por más de 30 años fue un centro de entretenimiento muy reconocido en la localidad y que trajo muchas alegrías, así como penas a mi familia.
Al llegar, mi padre quitaba candados y cadenas de las pesadas puertas que daban a un salón oscuro sinfin, repleto de banderitas de colores y luces que poco a poco iban encendiéndose e iluminando los espacios dormidos.
Ahí adentro todo olía a humo de cigarro humedecido y a cerveza agria; a orines y a otros aromas que no me interesa conservar en la memoria.
Detrás de nosotros, hombres de varias edades entraban al lugar y empezaban como hormiguitas a intentar dejar, desde los baños hasta la barra, todo limpio y ordenado para esperar a los siguientes clientes infaltables.
Mientras eso sucedía y para que yo lo dejara terminar de hacer sus cuentas, mi papá me sentaba en la cima de la rockola y la encendía, según él para entretenerme.
Poco a poco, por las bocinas del aparato rojo y maltratado, salían las voces aguardentosas de hombres y mujeres que con las letras de sus canciones, vociferaban en contra de los hombres malnacidos y las mujeres infieles.
Al son de las melodías, que iban surgiendo una tras otra sin parar, mis piernitas se balanceaban de un lado al otro y sin darme cuenta, las letras y la música se iban quedando impregnadas en mí, al grado que aún hoy, a mis 36 años, brotan inconscientes de mis labios al escucharlas en alguna fiesta o reunión.
La infaltable pregunta de la gente que me rodea es "y tú, ¿a poco te sabes esa canción?"
Mi aspecto físico e intelectual desde la secundaria, no se asemeja en nada a una persona que en su discoteca personal tenga un álbum doble de Paquita la del Barrio o el último sencillo de Alicia Villarreal.
Mi gusto permanente ha sido y son, los clásicos del rock, Santana, blues, rock, new age y todos aquellos grupos de corte pop español o mexicano que me transporten lejos del desierto y su monotonía.
Desde lo alto de esa rockola, conocí y para siempre a Los Huracanes, As de la Sierra, Los Ángeles Negros, Los Yonic´s, Los Tigres del Norte, Carmelita y Manuel, Los Bukis, Límite y hasta Selena y los Dinos.
Considero que por todas esas pequeñas marcas de mi niñez, no siento ajeno a ninguno de los cantantes gruperos o de banda que circulan por la radio o la televisión, y por eso mismo, experimenté el brutal asesinato del joven cantante Valentín Elizalde como un dolor familiar, y ni siquiera tengo un disco de él.
Me dolió y hasta lloré por alguien que apenas iniciaba su vida musical y personal (aunque ya llevaba bastante camino recorrido a sus 27 años).
Por otro lado, ¿qúe coincidencia verdad?: También a sus 27 años dejaron este mundo Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y otros más.
Todos se fueron y ahora son inmortales por su música.
No a su mismo nivel, pero "el Vale" también y desde el pasado sábado 25 de noviembre del 2006, se convirtió en un hombre inalcanzable, en un mito de la banda, en el ídolo de las cantinas y los bailes gruperos, en un amor ya imposible y como dijo una amiga "Qué cosota se van a comer los gusanos".
¡Descansa en paz, Valentín!