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Monday, August 18, 2008

Soy Sol

Cuando le pregunté a mi padre por qué me dio el nombre Sol, él me dijo que "hacía mucho frío el día que naciste y estaba lloviendo. Fuiste un Sol para nosotros cuando llegaste".
En un toque romántico pensé en su respuesta, pero al preguntarle a mi madre, ella contestó que en realidad yo llegué a consecuencia del Día de Muertos y ni siquiera me esperaban para Noviembre. Nací en el octavo mes de gestación, tras muchas horas de labor de parto y dejándola completamente exhausta. Abrí mis ojos con asombro ante un escenario improvisado de vida y creo que algo decepcionada, inició el resto de mi historia.
Mis padres vivían en un lugar remoto del monte sonorense y conservan desde entonces (como la mayoría de los mexicanos) la tradición de visitar el camposanto cada 2 de noviembre. Casualmente ese día, ellos iniciaron su camino al panteón del pueblo en un viejo auto que consiguieron prestado con uno de sus compadres.
Luego de arduos minutos de camino sin pavimento, el carro se descompuso a la altura de una colina y mi madre con el vientre por delante y tres hijos más a su lado, esperó a la orilla de la terracería a rogar por un alma caritativa que los acercara a su destino antes del anochecer. Llovía. Noviembre ciertamente es un mes de lluvia y equipatas.
Un hombre los vio a lo lejos y decidió ofrecer su ayuda al matrimonio consternado que esperaba bajo una llovizna decidida y enganchó su jeep al carro moribundo, y literalmente los arrastró hasta la población anhelada.
Antes de llegar, sufrieron subidas y bajadas inesperadas y cuenta mi madre, que claramente recuerda el sonido de su cabeza al chocar con fuerza contra el techo del automóvil una y otra vez.
A partir de ese momento, ya no tuvo paz en su vientre y en su alma y las dos noches siguientes resultaron en tormento que dieron como consecuencia contracciones dolorosas y un parto complicado.
Nací dos días después de su sufrir y lo único que seguía inmutable eran las gotas de lluvia y la total ausencia del calor natural que viene siempre con los rayos del Sol.
El doctor que la atendió se aferró al parto natural y cuando por fin asomé la cabeza, me jaló hacia afuera, me tomó en sus brazos y se alejó. No se escuchaba llanto alguno y preguntó la parida si estaba yo bien. En silencio el galeno me colocó sobre la cama sin esperanza y pensativo sólo optó por limpiar su area de trabajo.
Mi mamá es sin dudas una mujer fuerte, pero cuenta que al ver mi cuerpecito tan menudo y sin fuerzas, lloró.
Dice que no le salían las palabras para preguntar si estaba viva, pero que clarito sintió un temblor en mis piernitas y se lo comunicó al viejo doctor. Él entonces comprendió que sí había vida en aquel pedacito de ser y sin clemencia golpeó los pequeños piececitos con sus índices hasta ponerlos morados, y solté un llanto tan tremendo que aún retumba en los oídos de mi madre
Ciertamente soy producto del Día de Muertos y sin lugar a dudas, como muchos hijos, nací haciendo sufrir a la mujer que me dio vida. Ella asegura que de recién nacida, yo cabía sin problemas en una caja de zapatos y en una de las manos de mi padre... Hoy, en ocasiones, y después de tantas cosas vividas, quisiera por momentos volver a caber en las tibias manos de mi padre o regresar pequeñita al seno de mi mamá.

Wednesday, August 06, 2008

¡Más que viva!

En el hotel Arabella Sheraton de Munich tuve la oportunidad de disfrutar un extenso, variado y delicioso desayuno como parte del hospedaje.
Charolas repletas de frutas varias, huevos preparados, jugos frescos, pan, jamón y muchos, pero muchos quesos; mermeladas y salchichas, hicieron que mi paladar se deleitara sin medida.
Pero antes de satisfacer mi estómago y durante mi estancia, acudí al piso 22 diariamente, ya que ahí se ubica un gimnasio bien acondicionado y bajo éste, un sauna, una alberca y un jacuzzi. ¡Verdaderamente estaba de vacaciones!
Mi rutina de seis días iniciaba con 40 minutos de estiramiento, caminata, bicicleta y pesas. Pasaba entonces a sudar de manera natural en el sauna (tal como en Hermosillo, pero sin el pavimento), lo cual fue un placer desintoxicante.
Desnuda y cubierta solo por la blanca toalla del spa, recostaba mi cuerpo sobre las tablas tibias y cerraba mis ojos para sentir desplazarse profusas gotas literalmente en todo mi cuerpo.
Pensando en nada y a la vez en lo afortunada de estar ahí, entraban y salían hombres y mujeres de diversas edades, sin ropa alguna sobre sus cuerpos.
Al principio me sentí desubicada, ya que no es común en mi vida estar enseguida de hombres sin ropa y no estar haciendo lo que el cuerpo acostumbra en esas circunstancias.
Mi temple me ayudó a verlos frente a mí charlando sobre negocios o familia (esto lo imagino porque el alemán y yo nomás no somos compatibles). Hablaban y reían tan naturales, que creo que mi sorpresa no se manifestaba en mi rostro; además que el espacio pequeño estaba afortunadamente casi en penumbras.
Luego de 10 minutos de sudor, salía para introducirme al agua fresca del alberca, donde prácticamente sola me desplazaba de una orilla a otra con movimientos tranquilizantes. Entonces sí iba al restaurante con su buffet y comía como si fuera la última vez que lo hiciera.
Todo ese espacio fue mío y reiné entonces para apreciar mi suerte… estaba y estoy más viva que nunca.

Marien Platz, Münich