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Saturday, November 06, 2010

Las mujeres vivimos más, y quizá mejor...



Steve Connor
La verdadera razón por la que las mujeres viven más que los hombres podría tener por fin una explicación científicamente válida. Especialistas creen que nos acercamos a entender por qué los hombres mueren más jóvenes en promedio. Aunque en muchos países la expectativa de vida se ha elevado para los dos sexos, y aunque la distancia entre ambos se ha reducido, las mujeres siguen teniendo probabilidades de vivir más. Actualmente la expectativa es en promedio de 78 años para las mujeres y 73 para los hombres.
Las diferencias entre géneros se acentúan con la edad. A los 85 años hay unas seis mujeres por cada cuatro hombres, y la proporción es de más de dos a uno a la edad de 100 años. La persona más longeva de la que se tiene registro es una mujer francesa, Jeanne Clement, quien murió en 1997 a la edad de 122 años y 164 días.
Las antiguas explicaciones de esta ventaja femenina, como que los hombres tienen trabajos que requieren mayor esfuerzo físico o realizan actividades más riesgosas, como fumar y beber, no pueden explicar del todo esta diferencia. Para los científicos ha sido un gran enigma por qué los miembros del “sexo débil”, que han tenido la posibilidad de jubilarse antes que los hombres, viven más tiempo.
Ahora, la respuesta a uno de los mayores misterios de la biología humana podría reducirse al hecho de que el cuerpo femenino parece más apto para desempeñar el “mantenimiento de rutina” que conserva vivas las células y detiene el envejecimiento… pese a la difundida creencia en círculos cosméticos, basada sólo en los cambios de la piel, de que los hombres envejecen más despacio.

Momento eureka
El profesor Tom Kirkwood, destacado gerontólogo de la Universidad de Newcastle, cree que existe cada vez más evidencia de que los hombres son literalmente más prescindibles que las mujeres, porque las células del organismo masculino no están programadas genéticamente para durar tanto como las de ellas.
La teoría surge de un “momento eureka” que le ocurrió cuando tomaba un baño, una noche de verano de 1977. Se le conoce como teoría del “soma desechable” y se ha vuelto la explicación científica preponderante de por qué envejecemos, por qué no podemos vivir por siempre… y ahora, la razón de que las mujeres vivan más que los hombres.
La teoría del soma desechable señala que, si bien los genes son inmortales y de hecho pueden vivir “por siempre”, pues son transferidos continuamente de una generación a otra, el cuerpo, o soma, es desechable porque está diseñado para vivir sólo el tiempo suficiente para servir de vehículo transportador de genes para la siguiente generación.
El organismo, como un auto, necesita estar en mantenimiento constante para seguir en el camino, pero conforme pasa el tiempo las fallas y errores se acumulan en las células y tejidos.
Reparar estas fallas es costoso en términos de energía y, con el tiempo, se vuelven tan comunes que el cuerpo al fin sucumbe. El momento en que esto ocurre depende de cuánto esfuerzo haya gastado el cuerpo en arreglar sus errores.
“¿Será posible que las mujeres vivan más porque sean menos desechables que los hombres? Es una noción que, desde el punto de vista biológico, tiene excelente sentido”, señala el profesor Kirkwood en un artículo que se publicará en el número de noviembre de la revista Scientific American.
“En los humanos, como en la mayoría de especies animales, el estado del cuerpo femenino es muy importante para el éxito de la reproducción. El feto necesita crecer dentro del vientre de la madre, y el infante necesita mamar de su seno.
“Así pues, si el cuerpo de la mujer está demasiado débil por daños sufridos, existe una verdadera amenaza a las posibilidades de que tenga descendientes sanos. En cambio, la función reproductiva del hombre depende menos de que esté en buena salud continua”, añade el investigador.
Existe creciente evidencia en apoyo a esta idea. Las hembras de la mayoría de las especies tienden a vivir más que los machos, y experimentos en el laboratorio del profesor Kirkwood han mostrado que animales naturalmente longevos tienen mejores sistemas de mantenimiento y reparación que las especies de vida más breve.
Otros estudios han mostrado que las células extraídas de un cuerpo femenino son más competentes para reparar daño que las provenientes de un cuerpo masculino. Resulta interesante apuntar que esta diferencia desaparece si las células femeninas proceden de un cuerpo en el que los ovarios se hayan extirpado con cirugía.
Del mismo modo, ser un macho en plenitud de funciones puede resultar negativo para la longevidad, en comparación con uno al que se han extirpado los testículos. Por ejemplo, los gatos y perros castrados viven a menudo más que los normales, e incluso en los humanos hay evidencia de que los castrados viven más que otros hombres, señala Kirkwood.
Una nueva fuente de indicios en abono de esta teoría son estudios recientes en Japón, donde los científicos han creado ratones hembras sin padres. Estas “superhembras”, creadas con material genético tomado de dos hembras y sin genes masculinos de un macho, vivieron en promedio 186 días más que las hembras ordinarias… tres veces más de lo esperado.
Evidencias contundentes
Todo apunta a la idea de que el cuerpo de la mujer es menos desechable, y por tanto es probable que viva más.
“Siempre será difícil decir las cosas con absoluta seguridad, pero creo que tenemos una explicación bastante convincente de por qué las mujeres viven más. Tengo razonable confianza en que ésta es la explicación”, expresa Kirkwood.
“En las hembras, el éxito reproductivo está vinculado en forma inextricable a la integridad del cuerpo, y la evidencia es en verdad clara a lo largo de toda la vida. A cualquier edad, los hombres tienen mayor probabilidad, estadísticamente significativa, de morir antes que las mujeres.
“Parece un hecho profundamente arraigado en la biología. Claro está que las diferencias en el estilo de vida pueden agregarse o sustraerse a la probabilidad, pero estoy convencido en absoluto de que existe una explicación biológica subyacente en las diferencias entre géneros que vemos con relación a la expectativa de vida.”

Periódico La Jornada. Sábado 6 de noviembre del 2010. p. 2.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

Thursday, November 04, 2010

Mis 40

En medio de un México lleno de incertidumbres, matanzas de inocentes por una guerra perdida, payasos que nos gobiernan y hacen de la democracia un circo, operaciones, bicentenarios, pocos árboles y muchos puentes, cumplo 40 años.
Recién recuperada de una cirugía que me tuvo con la zozobra del futuro, llegué a los ocho lustros y los estoy celebrando desde que empezó este moribundo 2010. Estaba segura que llegaría a esta edad, aunque no sabía cómo ni en qué condiciones, pero me siento agradecida por festejarme.
Se escucha atemorizante saberme una “señora de cuatro décadas”, ya que en –ahora sí- mi lejana niñez, veía a las mujeres mayores de 30 como “doñas”. Todas eran desde mi horizonte, gorditas, arrugadas, llenas de canas, aburridas, con bufanda; mínimo cuatro hijos y hasta con marido.
Ahora que estoy de “este lado” me doy cuenta de la idea equivocada de mi concepción: no soy aquella inocente e insípida de la secundaria, ni tengo la esbeltez de la prepa, ni soy ya más la hippie alternativa de la universidad, pero sin dejar de lado lo aprendido, tengo la experiencia de la provocada madurez.
Concebí bajo el manto del amor y la pasión a una hermosa hija de quien aprendo a valorar los mínimos segundos de su valiosa compañía y renazco cada vez que me reflejo en sus ojos.
Tengo a mi lado a una mamá y a un papá más fuertes y solidarios que nunca.
Me he ido rodeando de hombres y sobre todo de mujeres idealistas, hermosas, provocadoras, luchonas, temerarias, a quienes llamo orgullosamente amigas. La amistad me dio también la oportunidad de conocer otras partes del mundo y puedo presumir incontables aventuras en Cuba, el Mediterráneo, Londres, Paris, Frankfurt, Münich, y otros espacios atesorados en la memoria.
Vagué por el Sur de México y moré en lugares tan disímiles como Xalapa, Nuevo Laredo, Oaxaca, Tabasco y Cancún, nomás por el gusto de hacerlo.
A mis 40 no puedo quejarme de nada –sería un pecado diría mi amá-, ya que he hecho, comido, bebido, amado, perdonado y renacido a mi gusto: vendí artesanías con los hippies en Coyoacán, me besaron en el Cerro de la Campana, escalé pirámides, me tatué en Tepito, buceé en el Caribe, me embriagué en La Habana con ron en un concierto de Silvio Rodríguez –y en otro de Milanés y de Sabina-; desayuné en el Mercado Municipal recién lo abrían, lloré en Paris, me rociaron con gas pimienta una madrugada en La Condesa, me senté en las piernas del Shaka, entrevisté a roqueros, bluseros, salseros y trovadores y bailé en cada lugar que se me antojó.
Ejercí por un tiempo el periodismo cultural y con él me convertí en humanista sin prejuicios, y charlé con personas que marcaron mi existencia de por vida y aprendí que conversar es mejor que interrogar y compartir mejor que atesorar.
Asimilé a través del tiempo que una copa de vino, un buen libro y una excelente película, son el mejor aliciente para el alma entristecida; pero no hay nada superior a tomar una cerveza helada en la orilla de la playa, depositando secretos en las olas del mar, y si es Bahía Kino, mejor.
Tengo 40 ahora y reconozco feliz a la mujer que se refleja en el espejo.
No estoy triste, ni arrepentida; no odio ni rechazo, sólo agradezco diario abrir los ojos un día más. Esta mujer que me regresa el reflejo me parece hermosa aún llena de defectos y con la conciencia de los años, pretendo seguir vistiendo la frescura de la vida como si nunca hubieran pasado…