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Thursday, April 07, 2011

Recuerdos de la infancia


Siempre que vamos en el carro a Natalia se le ocurre cuestionarme sobre cosas que me sorprenden, me aterran, me mortifican o me halagan. Esta vez no fue la excepción. Regresando un día del cine me preguntó que si cuál era el recuerdo más bonito que tenia de mi infancia. Muchas cosas pasaron por mi mente en ese momento, pero le conté que lo que guardo en mi memoria de manera muy especial, son aquellos días cuando solía salir a las calles para jugar con mis vecinitas.

Junto a ellas aprendí a brincar la cuerda, jugar a la "bebeleche", a "los hoyitos", al "resetón, a las canicas, al liguero y al "avión". Brincábamos bardas y escalábamos árboles, sin importar los raspones y el suelo caliente. El "bote robado", el "pan y queso" y el "caldito del Tío Madejo", ocupaban nuestras tardes calurosas con olor a azahar.

Para nosotras no existía el calor o los vidrios que esquivábamos en las calles con nuestros pies descalzos; no importaba el viento de la tarde que despeinara las colas de caballo que con batallas recogían nuestras madres para enviarnos a la escuela decentemente peinadas. No teníamos miedo de andar por la noche solas, porque en nuestro vocabulario no existían siquiera las palabras secuestro, violación, asalto, emboscada, comando armado o narcotraficante. Tampoco le echábamos de menos a la televisión en muchas horas, porque la diversión estaba afuera, en las avenidas polvorientas de mi barrio en plena urbanización.

Para poder ver a mis amiguitas bastaba que me pasara agachada por el cerco de alambre de púas que dividía nuestros hogares y vivir junto a ellas las mejores aventuras de mi pequeña existencia.

Usábamos barbies "bichis" y las vestíamos como princesas con retazos de tela y las fichas de soda y cajas de fósforos tomaban el lugar de mueblecitos elegantes. El lodo era nuestra harina para pasteles decorados con hormigas y hojas secas y las canicas eran balones en miniatura para las muñecas.

Qué tiempos aquellos cuando abrazadas de la cintura y a un poste, medíamos fuerza con los niños para intentar vencerlos en el "chinchilahua"; cuando uno de mis hermanos mayores se dejaba poner un trapo viejo a manera de "sapeta" y se convertía en nuestra mascota; cuando lloré mil veces porque una espina o un vidrio se me había encajado en el talón porque no usaba zapatos para así poder correr mas recio; cuando supe lo que era compartir una paleta de hielo antes de que se derritiera bajo los ardientes rayos de Sol de las tres de la tarde; cuando le decía a mi mamá que iba a doctrina y en realidad me quedaba en casa de Doña Elena viendo Candy Candy, y suspiraba enamorada de Terry...

Esos y muchos más recuerdos vinieron de golpe a mi memoria y se los platiqué a mi hija de regreso a casa, pero estoy segura que en eso quedarán para ella: en recuerdos de su madre. Ya que ahora esta mamá, por ningún motivo permitiría que ella saliera sola afuera de la casa y menos de noche; jamás la dejaría subirse a las bardas, a un árbol o a los techos de las vecinas.

A sus escasos 8 años, esta madre le compró un celular y ni siquiera la pequeña puede cruzar a la casa de enfrente por temor a que la atropellen en estas mismas calles donde algún día fui tan feliz jugando y corriendo, pero que ahora solo quedan en bellas historias que llenan los oídos de mi hija antes de dormir.