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Sunday, June 09, 2013

Alivio

Ella no tenía ganas de verlo ese día, en el mismo lugar y a la misma hora.
Le hartaba que fuera él quien siempre dispusiera de su tiempo y de sus ganas.
Hacía tiempo que no le excitaba más el verlo desnudo a través del espejo como antes y no se humedecía su cuerpo cuando la rozaba lentamente con su lengua en cada uno de los dedos de los pies.
Las sensaciones se alejaban e iban transformándose en ausencias y los sueños que alguna vez lograron brillar en sus ojos, decidieron ocupar un lugar entre las cenizas de los cigarros consumidos.
Aun así, ahí estaba ella diciéndole que sí, a todo que si, a través del teléfono. La cita ya estaba confirmada y no quedaba ya mucho tiempo. La llamada era inevitablemente apresurada. Cinco o diez minutos antes de la hora, porque “el señor tenía compromisos antes o después”.
Al llegar al lugar tantas veces acordado, el carro de él ya estaba ahí, pero diferentemente estacionado. Contradiciendo de manera extraña a su obsesiva pulcritud. Subió al cuarto piso del edificio y su sorpresa aumentó al no observar la rosa roja colgando por el tallo en el picaporte de la habitación como infinidad de veces previas.
Sintió estremecer su columna vertebral. Algo no cuadraba.
Se quitó los zapatos para entrar sin hacer ruido y como siempre se introdujo sigilosa buscando la silueta a contraluz, que monótonamente estaba siempre desprovista de ropa.
Más no fue así. Extrañamente estaba sentado a la orilla de la cama con el rostro desencajado por una evidente tristeza. Intentó sonreír al mismo tiempo que le anunciaba que no podrían seguir viéndose, ya que diversos compromisos de trabajo lo obligaban a mudarse a otro país junto con su nueva esposa.
Ella suspiró aliviada y un guiño leve apareció en sus labios.
Este gesto no lo percibieron esos ojos ansiosos, ya que los nublaba la espesa nube de humo de su cigarrillo.
La tomó por ambas manos, las cuales besó con desesperación. Ella se dejó hacer todo lo que él quiso y ahora más que nunca, ya que dentro suyo se mezclaban el alivio y la rutina con tan excelente noticia. “Al cabo que ésta será la última vez”, se repetía incesante.
Una mano de él se introdujo bajo su falda y encontró lo que definitivamente le excitaba sobremanera. Con ella la acarició, la doblegó, la penetró. Mientras con la otra extremidad, se complacía a sí mismo, al tiempo que de sus ojos fluían lágrimas de amargura y desolación.
Ella inmóvil lo dejó tocar sin inmutarse, hasta que lo sintió doblegarse y quedar exhausto como tantas veces.
Una vez saciada su avidez, se levantó. Fue al baño y se lavó las manos con un jabón que extrajo de uno de los bolsillos de su pantalón, con ese aroma que ella conocía tan bien y que detestaba sobremanera.
No le importaba ahora aspirarlo, porque estaba segura que no lo olería más y la consolaba saberlo. Él se dirigió sin prisa hacia la puerta. Giró sobre sus talones para anunciarle antes de partir que no fuera a faltar a la cena de despedida. “Te espero en casa hija”.

Mayo 17 1996

Sorda



Se quedaba completamente sorda una vez enamorada.
Sus amigas y amigos, e incluso algunos familiares, le insinuaban sobre tal o cual afecto que vislumbraban peligroso e inconveniente según su particular criterio; pero como no escuchaba, no oponía resistencia al nuevo, pero reiterativo sentimiento.
Había ocasiones que hasta le gritaban sobre las complicaciones que se avizoraban y que aun siendo del dominio público, no percibía las advertencias y los clamores de cordura.
Se dejaba llevar por el resto de sus sentidos, los cuales se agudizaban al surgir poco a poco la inminente sordera.
Distinguía todo más brillante; olfateaba hasta la respiración; tocaba sensaciones y saboreaba puro amor.
Sabía que por más que se esforzara por auscultar, su audición se iría perdiendo lentamente desde la primera mirada con el elegido, hasta que llegaba al punto de no escuchar absolutamente nada, luego del primer beso.
Esta carencia del sentido de la escucha no se le presentaba como una primera vez; luego de algunas relaciones ya había perdido memoria del origen de su defecto y de las veces que se autodiagnosticaba la crónica enfermedad.
Cuando cruzaba mirada con el individuo en cuestión, sentía al mismo tiempo un leve cosquilleo en los oídos y tenía la sensación de que moscos diminutos le zumbaban dentro suyo.
Quizá en lugar de mariposas en el estómago, los de ella eran insectos que se alojaban gustosos en el yunque, el martillo o el tímpano durante todo el tiempo que se prolongaba el enamoramiento.
El esfuerzo de sus conocidos por evitar el consabido sufrimiento que ligaba constante sus fracasos previos resultaba inútil, y ella se dirigía sin avistar al precipicio de esa nueva oportunidad de amar a quien elegía como perdurable.
Con la certeza de la mutua correspondencia, los eufonías que antes le llegaban nítidas, se desvanecían de a poquito y solamente captaba las palabras de amor que le endulzaban el espíritu y la hacían sentirse de nuevo una mujer deseada, amada, respetada y sobretodo valorada.
Tampoco había cacofonía que llegara a su percepción cuando despertaba ceñida al ser elegido después de compartir deseos; cansada de contar lunares; ansiosa por desvelar el origen de todas las cicatrices que habitaban silenciosas en las piernas, brazos y espalda del ahora amado; y sobre todo de los cálidos amaneceres que compartían abrazados.
Desaparecía de su entorno la resonancia que convertía las ondas sonoras en vibraciones y que estimulaban sus células nerviosas; lo que la hacía estremecerse ahora eran tantos y diversos besos inventados, con los que experimentaba hasta la ausencia de sueño y de su misma conciencia.
Sensata estaba que esa anhelada permanencia resultaba efímera una vez que asomaban la rutina y la disparidad con el referido amante en turno y era entonces que el sentido del oído iba recuperándose.
El automatismo que ella misma generaba en cada relación; las diferencias que salían a la luz con la llegada de la monotonía; los desacuerdos y los gritos que se sumaban, la forzaban a recuperar de nuevo la privación auditiva, aunque al mismo tiempo y aun sabiéndolo, le quedaba nuevamente como muchas veces más, el corazón hecho pedazos.
Tenía por bandera que una vez que involucraba el corazón, se dañaban los sentimientos… pero al cabo de un tiempo de duelo, le resurgía en sus oídos, un leve y constante cosquilleo...


Tuesday, March 12, 2013

Ultra sonido


Tuve cita para ultrasonido una mañana de este frío febrero y al arribar al consultorio, la recepcionista me pregunta de tajo “¿ya se viene orinando?”, y yo con la cara apretada meneo la cabeza de arriba a abajo precisándole que sí, ya que me habían indicado previamente que bebiera mínimo tres litros de agua, media hora antes del estudio para que éste saliera más nítido.
“Ah, bueno, entonces pase al final del pasillo”, me dijo; “en un momento más la llamarán por su nombre”.
Luego de 15 prolongados minutos, treinta cruzadas de pierna y una sesión de limaje de uñas por aquello de la distracción, salió una mujer vestida de blanco, la cual para mí significó en ese momento la imagen misma de lo angelical.
Después dudé de mi percepción, ya que clarito aprecié como “el ángel” aquel deletreaba muy despacio: “S o l  G a b r i e l a  F o n t…” por lo que me levanté lo más rápido que pude para que me viera frente a ella.
Traté de sonreír, pero estaba segura que si lo hacía estremecería el único músculo que haría que llenara de “agua” la zona donde estaba parada, no sin antes atravesar vergonzosamente por mis calzones.
Apreté duro las piernas y marché despacito tras ella al área de rayos X.
La misma enfermera me enseñó el cuarto donde debía cambiarme de atuendo y colocarme una de las desteñidas batas, mientras me explicaba que el doctor no tardaría en llegar.
En el baño sufrí mucho más que con hambre en un supermercado; lo primero que mis ojos distinguieron fue la taza llenita de agua, húmeda y trasparente. Mi abdomen solito quería dirigirse hacia ella y descargar la vejiga que amenazaba con reventar.
Respiré profundo pero sin dejar de apretar, logré cambiar mi ropa para regresar hacia la otra parte de la habitación, donde me señalaron que debía recostarme y descubrir la bata mientras que el médico según, no aplazaría su arribo.
Temí en ese instante que si no comprimía todo el cuerpo y no lograba controlar mis esfínteres, ahí mismo se desencadenaría un tsunami con olor a óxido, pero pensé entre mí que era aún muy joven para esos desfiguros; que aún no le corresponde a mi organismo hacer lo que le dé la gana; que aquí, en esto, todavía yo tengo el control.
¡¡Mmmmm, tengo el control, tengo el control, tengo el control… Mmmmmm!! Y así medité por largo rato y del méndigo doctor ni sus luces.
Por fin a lo lejos escucho la voz del ángel –nuevamente- que grita: “Doctor, ¿ya mero viene? La paciente está lista y dice que se revienta”.
¡Gracias, muchas gracias!, pensé quedito para no agitarme y mancillar con ello mi orgullo.
Minutos después, que para mí transcurrieron eternos, entra apurado el galeno, saluda y se sienta sin siquiera mirar mi expresión de felicidad.
“Con permiso”, dice y levanta la bata de repente, lo que permite que un viento helado recorra mi vientre desnudo lo que me hace estremecer, y no, no era nada romántico; al contrario era algo insufrible a ese nivel de desesperación contenida.
Sin nada de clemencia, el radiólogo agarró un tarro de gel y dejó caer sobre mí abultada barriga una buena cantidad del producto azul gelatinoso, lo que provocó un intenso escalofrío que me recorrió desde la punta de los pies hasta la nuca.
Deslizó por fin un tubo suave por mi abdomen para luego decirme que detectaba la presencia de dos quistes en mi ovario izquierdo.
Los nervios cuando menos me ayudaron a olvidar mis intensas ganas de orinar y le pregunté, ¿pero hay alguna anomalía doctor? Digo, ya me han operado anteriormente de quistes por la endometriosis que sufro.
“No, precisó, todo parece indicar que son de tejido endométrico o de grasa. Aparentemente no hay de qué preocuparse; pero lo mejor sería que te realizaran un ultrasonido trasvaginal”.
¿What?, pensé yo. ¿Qué otra tortura me deparaba entonces? ¿No les resultó suficiente con este calvario a mi estoicismo?
Sin mediar clemencia, el radiólogo se levanta, me extiende un buen trozo de papel estrasa para que limpie el gel de mi cuerpo y cierra el programa en la computadora.
“Ahí está el baño; que pases buen día”, me dice tranquilo.
Yo quise reclamar que duré más tiempo apretando mi angustiada vejiga que él realizando el estudio, pero me fue imposible. Tuve que correr literalmente al baño donde descargué mi todo por algunos minutos y entonces sí, aún con el apresurado y trágico diagnóstico, fui verdaderamente feliz.


Malony




Ojos de miel, piel de cera
Sonrisa, enigma.

Te siento, te sueño, te recuerdo.
Aún aquí completa
con todas tus risas
y tus charlas largas.

Siempre auténtica,
emanando amor.

Entusiasta y fuerte
Repleta de luz.

Lluvia, cielo, viento,
música y libertad.

Quedan también tus perfectos pies
Y las níveas manos con aroma a mar.

Abundan recuerdos
del suave sonido
de tu voz de cielo.

Abriste tus alas
Sin querer marcharte
No era tuyo ya ese cuerpo ajeno
Ya no estabas dentro.

Tú eres más que un ente;
Esencia pura, color, alegría.

Tu ojo preciso
captura lo oculto del alma
de sentido intruso
como si miraras
por primera vez.

De la tierra fuiste
Al agua te vuelves
en danzar de olas
que magia trajinan.

Ese mar tan tuyo
Donde flota sola
eterna tu esencia
Y donde navega también mi corazón…

Enmudece




He de decirte que guardes palabras;
yo quiero colmar el silencio a suspiros;
soltar los jadeos aquí contenidos
que castos silencian a la madrugada.

No hables conmigo, no lo necesito;
deja que las manos encuentren ansiosas
todos los espacios que cubren el alma,
respirando olores de vehementes ganas.


Cerremos perennes los ojos despacio,
que nos guíe aliento del alba con frío;
no enciendas las velas, pretendo palparte
y sudar latidos de hoy al olvido.

Detén los discursos tras los besos míos,
No permitas sueño en la madrugada;
Y haz que me muera por unos instantes
mordiendo pausado la piel que ahora hierve.

Calla esta noche y mantente junto.
Custodia despierto todos mis gemidos;
Que mareada estoy al olerte cerca
y mis ojos cierran ausentes de sueño.

Me estremezco y vibro tras esas caricias
Y ante cada una me consumo a instantes;
pero me desgano sola sin tu cuerpo tibio
en esta fría cama, vacía de ti…


Tuesday, February 12, 2013

Perlita



Me pidieron que escribiera sobre este onomástico en particular, pero ¿qué se puede decir cuando la festejada es una amiga cercana y muy querida? Palabras muchas, cariño sobra…
Además y lo más trascendente es que no es un cumpleaños cualquiera. 
Son sus 40 –que ahora denominamos los nuevos 30´s-.
Llegar a esta década y sobre todo, llena de energía, salud, belleza; rodeada de amor, hijos, familia y amigas fortalecedoras, no es llegar por llegar; sino un privilegio.
Mientras alrededor se estremece nuestro mundo político, económico, ecológico; y la crisis, los impuestos y l@s malnacid@s son el pan nuestro de cada día, un nuevo año debe celebrarse a lo grande. Echar la casa por la ventana literalmente, porque no hay mejor agasajo que la sobrevivencia diaria.
Cumplir 40 ahora, solo da pie a pensar que se ha alcanzado este ciclo pasando por incontables sueños y realidades; éxitos y fracasos; amores y desamores; risas y lágrimas y hay cicatrices en el alma y en el cuerpo que lo manifiestan.
Llegar a 40 y no aparentarlos es además un triunfo, ya que se sabe que como cualquier mujer vanidosa, se va la vida en ello.
La naturaleza ha puesto su parte, pero agreguemos el gimnasio, las risas, la buena alimentación, las horas grises, las cremas, las lágrimas, los besos y los abrazos para que la apariencia sea el reflejo del espíritu.
Tenemos –ya casi- todas las Galácticas 40 años o un poquito más; pero cuántas otras mujeres darían “media chichi” por reír como nosotras, abrazarse con nostalgia y llorar con el corazón plagado de esperanza durante un atardecer en las hermosas playas de Kino, en San Pedro, en el Cerro de la Campana, en La Verbena, en San Carlos, en el Seven o el Pluma Blanca. 
Cómo quisieran muchos conocer los secretos de tantas y tantas charlas aderezadas con Sabina, Serrat, Calamaro y hasta la Jenni y el Shaka. 
Quizá no cantamos bien –algunas. La Teddy si- pero cada vez que lo hacemos, le inyectamos mucho sentimiento; quizá no todas sean madres, pero ninguna se convierte en menos mujer por ello.
Las que tenemos hijos o hijas, los compartimos de alguna manera con el resto del grupo y así predomina el amor maternal o se dividen las culpas y eso sin duda, le agrega paz a tanto corazón fiestero.
Algo que además nos caracteriza luego de llegar a la cuarta década, es la libertad manifiesta.
Tener 40 –con pareja o sin ella- permite tomar decisiones sin romperse la cabeza, porque el peso de la responsabilidad no recae en nadie más. Se posee además la solvencia para pagar la cuenta en el bar o el restaurante, lo cual da categoría. 
No hay –ni debe haber- quien se atreva a señalar hasta dónde tiene que llegar el largo de la falda o lo profundo del escote; es decisión propia y se asumen las consecuencias por el simple hecho de disponerlo.
Antes de cumplir 40 se cometieron muchos errores y probablemente después también se cometerán, pero no por ello se puede permitir la derrota ni mucho menos la decadencia íntima.
Saberse hermosa antes como ahora y aceptarse como tal, es el camino directo a la felicidad colectiva.
Las Galácticas –las que estamos y Malony, quien se nos adelantó- no somos sólo un “viejerío” alborotado; somos hembras inteligentes, sanas, alegres, contestatarias y luchonas, que ponemos de manifiesto que, antes que las diferencias ideológicas, intelectuales, musicales y hasta culinarias, al celebrarse un cumpleaños, no se pueden permitir envidias ni malos entendidos, solo queda espacio para los abrazos sinceros y los deseos honestos por festejar juntas este año y todos los que nos restan.

¡Salud amigas y felices 40 hermosa Perlita!