Todos los días luego de dejar a mi hija en la
escuela, hago alto en una transitada calle del centro de mi ciudad.
Al llegar a la intersección, un señor
bonachón que vende periódicos locales se acerca diario a mi carro y extiende
desde lejos su mano para saludarme:
¡Buenos
días!
¿Cómo
amaneció la más bella de la ciudad?
¿Ya va
a rumbo a su trabajo?
Le contesto que no, que trabajo por las
tardes y que como cada día me dirijo a hacer ejercicio junto con mi mascota.
Él entonces, acaricia a mi perro que asoma
boquiabierto su cara por la ventana y dice:
“Ah, mira que buen guardián la acompaña.
Bueno, que tenga entonces un muy buen día, señora bonita”.
Se retira mientras se despide sonriendo y
enseña su perfecta dentadura.
Yo, como todos los días que esto sucede, me
siento muy feliz y emocionada de que tan temprano sea objeto de comentarios que
levantan el ánimo y me hagan sentir agraciada.
Y así, mientras evito conductores
malhumorados, camiones contaminantes y construcciones interminables en el
corazón de mi ciudad, manejo muy contenta rumbo a completar mi día.
Pasan las horas y la sonrisa por esos
comentarios madrugadores permanece, por lo que no me frustran la talacha en el hogar, las largas filas en
el banco, los retrasos, las prolongadas y tediosas horas de trabajo, ni la
falta de likes en los posts de mi face.
Sigo feliz pensando que para esa persona
desconocida soy alguien bello y motivo de inspiración.
El día sigue su curso y llega la noche con su
respectiva rutina de “lávate los dientes; termina la tarea; arregla el uniforme
y no dejes la ropa tirada en el baño”.
Brota el sueño detrás del beso de buenas
noches y llega el nuevo amanecer.
Desayuno, coletas, rezongos y carreras
preceden mi llegada al semáforo, pero esta vez al arribar a la acostumbrada
parada, se me atraviesa un carro a alta velocidad y hace alto en el primer
carril mientras el semáforo cambia de amarillo a rojo.
No tengo oportunidad de colocarme como
siempre en la línea habitual por lo que alcanzo a ver que el señor de los
periódicos comienza a avanzar, pero esta vez no lo hace hacia mi auto, sino que
se acerca a la ventana de quien me ganó abruptamente mi espacio y clarito
llegan hasta mí las palabras que me correspondían:
¡Buenos días! ¿Cómo amaneció la más bella de
la ciudad?
¿Lista
para ir a trabajar?