
En realidad, cuando votamos los miembros del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Unison (Steus) por el estallamiento el 3 de abril, jamás pensamos que pudiera durar tantos días y ni siquiera estábamos preparados para ello; pero la injusticia y el calvario que por más de 20 años nos tuvieron con un salario raquítico y un contrato colectivo violado por todos lados, nos dio la fuerza para decir: ¡Adelante!
La primer semana fue de bromas y especulaciones, esperanzados en una respuesta expedita por parte del rector Pedro Ortega. Ilusamente creiamos que doblaría las manos para perpetuar su prestigio nacional e internacional. Una huelga no le venía nada bien ni en este, ni en ningún otro momento. No fue así y seguimos adelante la segunda semana del mes de abril.
Ya no teníamos temas para charlar con quienes nos tocó compartir las guardias diarias de 4, 6, 8 y hasta 12 horas en las distintas puertas de acceso a la Unison.
Yo tuve el privilegio de hacer mis guardias en la entrada del teatro Emiliana de Zubeldía. En las escalinatas del emblemático Museo y Biblioteca.
Todos los días la naturaleza regalaba una de sus mejores galas: Atardeceres de ensueño con el edificio de Rectoría al fondo y esos azules, rojos y violetas en el cielo hermosillense nos alentaban a regresar la tarde siguiente con mejores esperanzas.
Teníamos además la dicha de apreciar cada atardecer, una tumultuosa danza de pequeñas aves grises y negras, que buscan ruidosas su refugio para pasar la noche entre las ramas y hojas de los añejos yucatecos de la plaza Emiliana de Zubeldía.
Por todos estos regalos de la naturaleza, valieron la pena días de huelga, hastíos, cansancios y roces con algunos compañeros, pero si fuese necesario volvería a mis guardias en el mismo lugar para respirar esperanzada en un futuro mejor, y para admirar mi ciudad de bellos atardeceres...