

Luego de 10 años nueve meses de convivir, aguantar, amar, cuidar y proteger a mi más grande amigo, tuve que tomar la dificil decisión de ponerlo a "dormir".
Sufrí junto con él cada día de agonía; sentí y lloré cada noche su dolor, pero no tuve la capacidad suficiente para retenerlo conmigo un poco de tiempo más. Creo que hacerlo hubiese sido egoísmo, ya que a cada instante y a través de sus enormes ojos, me pedía clemencia y parecía decirme que ya había compartido conmigo lo suficiente. Él me vio crecer como mujer... estuvo presente también todo mi embarazo y vivió a mi lado la experiencia de mi conversión a madre.
Sufro mucho, no imaginan cuánto.
Lloro cuando lo recuerdo ladrándole hasta a las moscas; cuando sin necesidad de un timbre, él era la bocina de la casa.
Viene a mi memoria su plácida imagen durmiendo en la cama, pero con las orejitas atentas a cualquier movimiento mío, esperando tan sólo una llamada o el sonido de mi voz para estar ahí alerta y protegerme.
Siempre fiel, siempre a mi lado y recibiéndome cada ocasión como si no me hubiera visto en siglos, cuando sólo me había ausentado unos cuantos minutitos.
Sufro mucho y creo que se fueron junto a él muchos de mis mejores años, pero tengo la certeza que tuvo él conmigo sus años más felices.
Contigo Taiyó compartí cariño, dolor, enfermedades, risas, enojos.
Fuiste mi mejor confidente y sobre todo, tuve la oportunidad de tener a mi lado a un pequeño gran ser vivo... el mejor...
¡Adiós mi querido orejón!
(Esto fue escrito en septiembre del 2003)
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