(esto lo escribí un día después de la muerte de Alonso)

Meditando sobre esto y al llegar a la esquina e intentar doblar, detuve mis pasos y los de Natalia y reflexioné sin querer que sería mejor regresar y darle un abrazo porque no sabía si sería la última vez que lo viera cerca. Asombrada de mi misma y determinada en eso, llegué a su lado. Él levantó la mirada y al observarme intentó sonreír y extendió su mano.
¡Hola Alonso, buenas noches! ¿cómo estás?
¡Hola bonita!, pues aquí mira, que me hicieron venir y no llegó el fulano. Y con lo dificil que me resulta a mi moverme.
¿Y qué has hecho?
¡Pues nada. Ya no escribo porque me duelen mucho mis huesos por la artritis. Mira mis manos!
Al decir esto voltee a ver sus manos que languidecían a los lados de la andadera. Se veían cansadas y rectas y tenían manchitas oscuras que las hacían ver más avejentadas de lo que en realidad eran.
Alonso solo contaba con 64 años de vida, pero su aspecto delgado y triste era como el de un hombre con 10 años más. Ni sombra del poeta nocturno y dicharachero del que yo tenía gratos recuerdos.
¡Mira, ella es Natalia mi hija! dije.
No habló nada más, solo le acarició el cabello y sonrió.
Luego de unos momentos apareció el Cheyk para llevarlo a descansar a su casa inolvidable.
Le dí un beso y lo abracé. Lo vi alejarse muy lento y avanzando como si fuera contando los pasos uno a uno y no perder detalle de sus andadas nocturnas; del ambiente bohemio al que pertenecía sin duda.
Este lunes 29 de mayo me entero que murió.
El martes múltiples homenajes y adioses con lágrimas.
Alonso Vidal se fue a la 1 de la tarde.Solo en su casa abarrotada de anécdotas y libros.
Dividió el día tras su partida y dejó un adiós eterno para poner punto final a la novela más poética de sus obras, su existencia literaria única e indiscutible.
posted by plumasoleada at 6:14 PM
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