
Bueno, la verdad es que desde entonces me fascina esa disciplina que por muchos años practiqué y que ahora tengo muy abandonada y aún más desde que parí a mi hija Natalia hace dos años ya.
En realidad nunca la he alejado de mí vida porque inconscientemente formo parte de ella.
Mis movimientos y mi caminar llevan el signo de la danza, aquella que aprendí de mis grandes maestros Beatriz Juvera, Miguel Mancillas y otros que con su presencia y arte pulieron a la mujer que ahora soy.
Hace poco, luego de mucho alejamiento, intenté hacer ejercicios de calentamiento en el patio de mi casa y mis músculos uno a uno fueron respondiendo. Estirar y aflojar; puntear y soltar; contraer y dar giros. Mis piernas no querían dar de sí y el dolor fue recorriendo los tendones. Me dí cuenta que la columna se iba dando a conocer de vuelta. Los huesos del coxis, lumbares y cervicales despertaron y presentí que la danza jamás se había alejado de mí.
No cabe duda que el cuerpo humano es una gran máquina y la memoria su guardaespaldas. Comencé a recordar sin esfuerzos las secuencias que por años practiqué como si las estuviera viviendo allá mismo, en los grandes salones olorosos a madera vieja, rodeados de espejos gigantes que nos mostraban los dobleces corporales.
Aquellos años fueron los mejores de mi vida: el dolor era constante por el esfuerzo de dar más de lo que podíamos, pero al final de la clase, con los rostros empapados y los cuerpos en relax, no cabían en nosotros las ganas de volver a empezar la clase y que las horas no siguieran su curso normal.
"Uno, dos, tres, arriba", "Tres, dos, uno, abajo e inicia otra vez", sonaba en el salón y se regresaba con el eco la voz potente de la maestra Juvera, una mujer de gran fortaleza y de incansable labor artística. Con el corazón puesto en el ritmo, con el aroma inconfundible de su perfume inundando las aulas y con el corjae y sudor de la mujer de marfil que puntualmente amanecía danzando.
Los años dejan su estela de tiempo en el cuerpo, de eso no cabe duda; pero no logra aminorar el destello de pasión que las disciplinas artísticas alojan en el corazón de cualquier ser humano que se acerque mínimamente a ellas.
Duele danzar, pero duele más alejarse del ritmo y la armonía y es por eso que es un dolor dulce que se recoge con el corazón.
No comments:
Post a Comment