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Monday, August 08, 2011

Con el corazón seco


Incontables veces imaginó que después de ese adiós definitivo brincaría de gusto y les llamaría a sus amigas de inmediato para celebrar su recuperada soltería; pero luego de ese “…esto se acaba ahora mismo; quizá nos veremos por ahí. En realidad fue un placer conocerte, un abismo se abrió ante sus pies.

Fueron muchos años de esperar ese momento; de no querer tomar la iniciativa por temor a arrepentirse.

La despedida concluyente tenía que venir de él, para que la culpa no fuera otro motivo de pesadez en su conciencia.

Esa noche hablaron largamente, restregándose los errores mutuos en la cara y asumiendo con temor la inminente separación. Las metas truncadas, la monotonía, la falta de iniciativa, las crueles acusaciones, sólo ayudaron para acrecentar la certeza de que no podían continuar una al lado del otro:

. “Dejas la puerta abierta.

. Roncas.

. No le bajas a la taza del baño.

. Te encabronas por cualquier cosa.

. Cortas tus uñas en la cama.

. Tienes miedo a los cambios.

. Te apesta el culo.

. Lloras por cualquier pendejada

. Vete a la verga.

. Tú no me amas.

. No, hace mucho dejé de hacerlo”.

Desde años atrás era evidente que su relación pendía de una línea muy delgada la cual estaba ya próxima a romperse. Sólo se sostenía por el sexo, las charlas y una fuerte dosis de música, tequila y cerveza, además de los recuerdos buenos que permanecían en la memoria.
El último pretexto se dejó venir y prácticamente el hastío se podía cortar a su alrededor.Era evidente el fin de su historia juntos.
Ella ahora escuchaba sus palabras acusadoras, pero al mismo tiempo lo imaginaba joven y seductor como cuando lo conoció y se enamoró perdidamente. Lleno de vida y con muchos sueños que la embelesaron. Promesas de viajes, fiestas, amor, un hogar, comida, noches bohemias, estabilidad, protección. Todo un hombre. Tal como ella lo quería. Hambriento de aventuras y con el éxito como escudo.
Cuántas risas y lágrimas surgieron durante ese tiempo. Cuántas tardes abrazados compartieron y cómo lucharon por seguir juntos el mismo camino, pero los años pasaron y las quejas y fracasos fueron acomodándose uno tras otro y no hubo más que ir asumiendo el papel que les tocaba interpretar en una historia repetida.
Luego de un simple abrazo como despedida, ella salió apurada y decidió manejar sin rumbo por la ciudad, mientras que en su mente se repetían algunas de las frases que le entraron como aguijón en el cerebro: “Tú no sabes amar”, “Tienes el corazón seco”, “no habrá nadie que te ame como yo”, y éstas golpeteaban una y otra vez, dejándole la boca amarga y el futuro incierto.
Recorrió sobre su carro aquellos lugares donde compartió besos y locuras con el hombre que dejaba decidida y se detenía por instantes para ver pasar las horas y los recuerdos ahora añejos.
Subió finalmente a un cerro que hacía las veces de mirador y refugio para amantes furtivos, cuando se percató que ya clareaba en el horizonte, pero aún permanecían el hueco de la soledad en el centro de su estómago y la amargura de la ausencia en la boca sin saliva.
Cerró los ojos esperando un leve alivio; se recostó en el asiento y sintió mucho frío aún cuando mayo en el desierto es normalmente un infierno. Sacudió el cabello y se miró en el espejo retrovisor, pero no podía creer lo que ahí se reflejaba: en su cara había paz, estaba relajada y además sonreía. Nada que ver con lo que punzaba en su cuerpo.
Aspiró el aire fresco de la mañana con una gran bocanada, dio reversa y aceleró, dejando tras de sí el lastre de una relación marchita, que definitivamente quedó enterrada en su reciente pasado y desde ese momento sin lugar a dudas iniciaba su nueva historia de vida.

Thursday, April 07, 2011

Recuerdos de la infancia


Siempre que vamos en el carro a Natalia se le ocurre cuestionarme sobre cosas que me sorprenden, me aterran, me mortifican o me halagan. Esta vez no fue la excepción. Regresando un día del cine me preguntó que si cuál era el recuerdo más bonito que tenia de mi infancia. Muchas cosas pasaron por mi mente en ese momento, pero le conté que lo que guardo en mi memoria de manera muy especial, son aquellos días cuando solía salir a las calles para jugar con mis vecinitas.

Junto a ellas aprendí a brincar la cuerda, jugar a la "bebeleche", a "los hoyitos", al "resetón, a las canicas, al liguero y al "avión". Brincábamos bardas y escalábamos árboles, sin importar los raspones y el suelo caliente. El "bote robado", el "pan y queso" y el "caldito del Tío Madejo", ocupaban nuestras tardes calurosas con olor a azahar.

Para nosotras no existía el calor o los vidrios que esquivábamos en las calles con nuestros pies descalzos; no importaba el viento de la tarde que despeinara las colas de caballo que con batallas recogían nuestras madres para enviarnos a la escuela decentemente peinadas. No teníamos miedo de andar por la noche solas, porque en nuestro vocabulario no existían siquiera las palabras secuestro, violación, asalto, emboscada, comando armado o narcotraficante. Tampoco le echábamos de menos a la televisión en muchas horas, porque la diversión estaba afuera, en las avenidas polvorientas de mi barrio en plena urbanización.

Para poder ver a mis amiguitas bastaba que me pasara agachada por el cerco de alambre de púas que dividía nuestros hogares y vivir junto a ellas las mejores aventuras de mi pequeña existencia.

Usábamos barbies "bichis" y las vestíamos como princesas con retazos de tela y las fichas de soda y cajas de fósforos tomaban el lugar de mueblecitos elegantes. El lodo era nuestra harina para pasteles decorados con hormigas y hojas secas y las canicas eran balones en miniatura para las muñecas.

Qué tiempos aquellos cuando abrazadas de la cintura y a un poste, medíamos fuerza con los niños para intentar vencerlos en el "chinchilahua"; cuando uno de mis hermanos mayores se dejaba poner un trapo viejo a manera de "sapeta" y se convertía en nuestra mascota; cuando lloré mil veces porque una espina o un vidrio se me había encajado en el talón porque no usaba zapatos para así poder correr mas recio; cuando supe lo que era compartir una paleta de hielo antes de que se derritiera bajo los ardientes rayos de Sol de las tres de la tarde; cuando le decía a mi mamá que iba a doctrina y en realidad me quedaba en casa de Doña Elena viendo Candy Candy, y suspiraba enamorada de Terry...

Esos y muchos más recuerdos vinieron de golpe a mi memoria y se los platiqué a mi hija de regreso a casa, pero estoy segura que en eso quedarán para ella: en recuerdos de su madre. Ya que ahora esta mamá, por ningún motivo permitiría que ella saliera sola afuera de la casa y menos de noche; jamás la dejaría subirse a las bardas, a un árbol o a los techos de las vecinas.

A sus escasos 8 años, esta madre le compró un celular y ni siquiera la pequeña puede cruzar a la casa de enfrente por temor a que la atropellen en estas mismas calles donde algún día fui tan feliz jugando y corriendo, pero que ahora solo quedan en bellas historias que llenan los oídos de mi hija antes de dormir.