Cuando nuestro cuerpo decidió crear un ser humano dentro de él, a lo mejor lo hizo sin preguntarnos; sin saber siquiera qué tan capaces seríamos para educarlo, orientarlo, hacerlo consciente de su entorno y la naturaleza en donde está y le tocará vivir más allá de lo que ahora existe.
Dimos vida y eso es una gran responsabilidad.
Somos superiores por el hecho de ser madres y crear en nuestro vientre a otro ser dador de vida.
Dios sabía que por más frágiles, débiles o inseguras que nos sentíamos antes de iniciar el proceso de engendrar, todas nosotras seríamos capaces, sin instructivo anexo, de limpiar narices y traseros como todas unas expertas.
Sabíamos de antemano que un raspón en la rodilla se cura con besitos y cariños. Que cada lágrima de ellos, es sin duda una extensión de las nuestras y que en nuestro corazón no existen límites, ni colores, ni sexo, es solo instinto materno.
Un hijo o una hija es simplemente alguien que se alimentó dentro nuestro por meses y por ese solo hecho, somos capaces de sostener el mundo con una sola mano para que ellos sigan su camino... aunque al final sabemos que debemos dejarlos iniciar su propio camino individual...
pero mientras tanto:
¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES!
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