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Tuesday, March 13, 2012

Historia de una mamo programada

Hace unos días Luz tuvo consulta con su médico ginecólogo, y éste le prescribió una mamografía. Le dijo que se la tenía que hacer porque ya llegó a los 40 y porque las mujeres a su edad deben tener la cultura de la prevención.
Eso ya lo sabía ella, pero necesitaba la orden del galeno para cumplir con su obligación de fémina prevenida.
Muy obediente fue directo al área de rayos X del hospital; pero al llegar le explicaron que debía trasladarse a una clínica a otra parte de la ciudad, porque el espacio en cuestión estaba en remodelación y que allá le harían las placas de inmediato.
Se dirigió muy contenta hacia donde le indicaron, aunque al llegar al mentado sanatorio le preguntaron que si contaba con cita previa; les dijo que no, pero que era un estudio ya programado. Entonces le pidieron esperar si quería, o que volviera otro día.
Ella les contestó muy ufana que ya estaba preparada psicológicamente y que prefería hacérselo de una vez.
Se sentó y antes de terminar la cuarta revista de chismes, escuchó su nombre y se levantó muy feliz como si se hubiera ganado la lotería.
La dama que la nombró era muy joven, pero su rostro no expresaba simpatía alguna. En ese momento, Luz no le dio importancia.
La guiaron a un pequeño cuarto que olía mucho a alcohol y mientras ella pensaba en un tarro de cerveza escarchado, la enfermera le ordenó que se metiera al baño.
“Se quita la blusa, el brassiere, los aretes y se pone esta bata con la abertura hacia al frente”, le dijo y se salió.
Ya solita, Luz se desvistió en ese espacio sin espejo, frío y oloroso a bacanora.
Pensaba que siempre la soledad y el silencio de las clínicas la han inquietado, pero seguía cavilando que franqueaba un simple estudio de rutina y que no había nada que temer.
La asistente entonces regresó; le preguntó si ya estaba lista y Luz dijo que sí aún muy alegre y desprevenida; cuando de repente y sin miramientos la mujer la acercó a un aparato grotesco que quedaba en medio de la habitación.
Luz no podía creer que “eso” estaba ahí para analizar sus senos; más bien parecía una máquina ensambladora de la planta Ford y estaba segura que a lo que menos se parecía su cuerpo era a un Fussion o a una Escape. Aunque en realidad, ella pensaba que si fuera un carro, le gustaría ser un vocho, porque son pequeños, agradables y muy aguantadores, deliberó sonriendo en sus adentros.
El caso es que la señorita la arrimó a la máquina aludida y sin más ni más la hizo replanar sus custodiadas delanteras en un frío y transparente plástico y, aunque muy propia le pidió permiso, las movió y acomodó como casi –casi- nunca habían sido manipuladas.
“No se mueva”, decretó y con el pie empezó a presionar unos pedales que estaban en el piso.
Luz horrorizada veía cómo lentamente una placa inmisericorde se acercaba a su pecho con toda la intención de aplanarlo y ella con la orden de no moverse, sólo atinó a cerrar los ojos. El dolor fue apareciendo poco a poco y apretó los puños.
“¡¡Puta madre!!”, gritó, y creo que eso molestó a la enfermera, porque presionó con más fuerza el pedal hasta dejar prácticamente una calcomanía de su seno izquierdo en la plataforma de plástico.
Al cabo de unos segundos -que le parecieron eternos-, la mujer dijo: “listo, ahora vamos con la otra”.
Luego de la segunda chichi comprimida, la vieja salió de la habitación con dos placas en la mano y Luz sobaba lo que quedaba de su anatomía desvencijada.
El martirio aún no había terminado.
La infeliz volvió y la instaló ahora de costado en la aplanadora inmisericorde para tomar una nueva radiografía lateral a lo que quedaba de senos y ella se sintió sin duda alguna de vuelta en el medioevo con cámara de tortura incluida.
Esta vez no se contuvo y se le salieron unas discretas lagrimitas al sentir la extrema presión, mientras que al mismo tiempo gritaba en sus adentros y sin reservas: “¡¡¡Sí, yo fui, yo me robé el dinero. Yo construí los puentes. Yo maté a Colosio. Yo le subí a la gasolina y yo también voté por Calderón!!”.
De todo tenía la culpa, pero rogaba porque acabara ya el suplicio.
Por fin y luego de unos cuantos segundos, terminó la pinche vieja de martirizarla y le dijo que ya
podía vestirse.
Sin consuelo ni disculpas de por medio, expresó que los resultados estarían hasta el viernes a
partir de las 9 de la mañana, “que pase buena tarde”.
Desgraciada –pensó Luz-
y se arregló de nuevo con la misma ropa, pero con un semblante distinto y un
dolor punzante en el orgullo.
Luz sabía y aceptaba que este tipo de estudios médicos se inventaron para localizar tumores en
etapas tempranas, que las posibilidades de curación de los cánceres de mama que se detectan en su etapa inicial son prácticamente del 100%, que la mamografía reduce de manera significativa la tasa de mortalidad por cáncer de mama, que la dosis de radiación empleada en este estudio es mínimo y por lo tanto es inofensivo, pero también estaba convencida de que con tanto “aplastón” sus adoloridas delanteras le iban a recordar su primer mamografía por el resto de su vida…

1 comment:

Hey Jude said...

Ese aparato fue inventado por un hombre, ¿verdad?
También deberían de aplsatarles así el pizarrín en varias tomas.