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Tuesday, March 13, 2012

Tienda de sentimientos

Mientras íbamos en el carro camino a casa,
mi hija me dijo muy enfática: “Oye mamá, creo que en este planeta deberían
existir las tiendas de sentimientos”.
Yo me quedé pensando al respecto porque no entendí inicialmente a qué se refería -siempre me agarra de sorpresa con sus extraordinarias ocurrencias-.

- ¿A qué te refieres?, pregunté.
- A que podríamos llegar a una tienda y decirle al encargado: “Oiga, me da dos kilos de tristeza, uno de amor y otro de coraje para llevar”. Así sería mucho más fácil la vida y entonces podríamos
decidir cuándo utilizarlos.
- ¿Y qué harías tú con los sentimientos comprados?, dije sonriendo.
- Pues por ejemplo, si un día me sucede algo que me haga enojar, puedo sacar unos cuantos gramos de felicidad y otro poquito
de amor para que el momento se llene de alegría. Y si me siento triste, o sola, puedo comprar gramitos de ternura y confianza para sentirme acompañada.

Definitivamente su ocurrencia me hizo sonreír, pero al mismo tiempo reflexionar y pensar en lo maravillosa que es la imaginación de los pequeños y en lo acertada de su deliberación.
Entendí que verdaderamente sí necesitamos en muchas ocasiones extraer de nuestros bolsillos un poco de paciencia cuando surgen momentos álgidos en la vida.
Además sería muy adecuado llegar al supermercado y llenar el carrito con kilos de valentía, bolsas de alegría y unos cuantos paquetes de nostalgia nomás por el gusto de tenerla a la mano una tarde de lluvia en verano.
No sería mala idea poder agarrar por puños la resignación, el perdón y la fortaleza cuando algún ser querido se adelante en el camino.
Podríamos levantarnos por las mañanas y acompañar la taza de café con trozos de optimismo y comenzar el día con una sonrisa para avanzar alejados de mortificaciones venideras.
No vendría nada mal tener en el buró de la recámara cubitos de gratitud para endulzar el té, esperar a que se desmoronen despacito hasta cerrar los ojos y quedar dormidos sin remordimientos por lo que sea que hayamos atravesado las pasadas horas.
Bolsitas de gratitud, respeto y admiración, serían un buen regalo en el Día de las Madres; y para que todos los gustos queden satisfechos, los niños podrían llevar amistad, esperanza y curiosidad en su lonchera y evitaríamos así que pierdan poco a poco su espontaneidad.
El rencor, el odio, la envidia, el aburrimiento, los celos y la apatía definitivamente no serían artículos de primera necesidad y caducarían sin venderse en los anaqueles del destino.
Así que pensándolo bien, la idea de mi hija no suena tan descabellada… Sólo habría que contactar a los mejores proveedores y evitar los monopolios…

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