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Wednesday, March 18, 2015

La más bella de la ciudad



Todos los días luego de dejar a mi hija en la escuela, hago alto en una transitada calle del centro de mi ciudad.
Al llegar a la intersección, un señor bonachón que vende periódicos locales se acerca diario a mi carro y extiende desde lejos su mano para saludarme:

¡Buenos días!
¿Cómo amaneció la más bella de la ciudad?
¿Ya va a rumbo a su trabajo?

Le contesto que no, que trabajo por las tardes y que como cada día me dirijo a hacer ejercicio junto con mi mascota.
Él entonces, acaricia a mi perro que asoma boquiabierto su cara por la ventana y dice:

“Ah, mira que buen guardián la acompaña. Bueno, que tenga entonces un muy buen día, señora bonita”.

Se retira mientras se despide sonriendo y enseña su perfecta dentadura.
Yo, como todos los días que esto sucede, me siento muy feliz y emocionada de que tan temprano sea objeto de comentarios que levantan el ánimo y me hagan sentir agraciada.
Y así, mientras evito conductores malhumorados, camiones contaminantes y construcciones interminables en el corazón de mi ciudad, manejo muy contenta rumbo a completar mi día.
Pasan las horas y la sonrisa por esos comentarios madrugadores permanece, por lo que no me frustran la talacha en el hogar, las largas filas en el banco, los retrasos, las prolongadas y tediosas horas de trabajo, ni la falta de likes en los posts de mi face.
Sigo feliz pensando que para esa persona desconocida soy alguien bello y motivo de inspiración.
El día sigue su curso y llega la noche con su respectiva rutina de “lávate los dientes; termina la tarea; arregla el uniforme y no dejes la ropa tirada en el baño”.
Brota el sueño detrás del beso de buenas noches y llega el nuevo amanecer.
Desayuno, coletas, rezongos y carreras preceden mi llegada al semáforo, pero esta vez al arribar a la acostumbrada parada, se me atraviesa un carro a alta velocidad y hace alto en el primer carril mientras el semáforo cambia de amarillo a rojo.
No tengo oportunidad de colocarme como siempre en la línea habitual por lo que alcanzo a ver que el señor de los periódicos comienza a avanzar, pero esta vez no lo hace hacia mi auto, sino que se acerca a la ventana de quien me ganó abruptamente mi espacio y clarito llegan hasta mí las palabras que me correspondían:

 ¡Buenos días! ¿Cómo amaneció la más bella de la ciudad?
¿Lista para ir a trabajar?

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