¿Qué te parecen mis artículos?


Thursday, February 21, 2008

Perpetuidad azul...

“A ver, ¿qué nos falta? ¡Ya me quiero ir!”, gritó Renata emocionada, dirigiéndose a la puerta del departamento y sin ocultar la emoción de conocer el mar, luego de que sus 15 años de vida los había pasado en la ciudad y sin salir de ella.
Antes de dejar esa mañana la casa de sus padres, guardó en una pequeña mochila dos diferentes trajes de baño, un par de sandalias, toallas, gafas de Sol y un bloqueador que tomó de la farmacia de su papá, sin decirle cuándo y con quién lo iba a utilizar.
El mar se había vuelto una obsesión en ella. Tenía su cuarto pintado de azul con pequeñas estrellas de mar como adornos por todas las paredes y veía una y otra vez fotos de delfines, ballenas, olas y puestas de Sol.
Mario, su novio desde hacía dos semanas, estaba terminando de empacar su propia maleta, pero él no demostraba el mismo entusiasmo que su joven novia, ya que sus intenciones eran pasar un tiempo a solas con ella y lograr el objetivo que se propuso desde que la conoció tras el mostrador de la farmacia.
Tenía dos días para lograr su objetivo, ya que Renata había dicho en su casa que iría con Ana su amiga, a un paseo familiar, mintiendo para no tener que dar mayores explicaciones.
Nadie sospechaba siquiera que tenía “novio” y mucho menos que saldría sola con un hombre de la ciudad. Mario se presentó ante la familia como un asesor de Renata, argumentando que la nivelaría para concluir sus estudios de prepa.
Joven, inmadura, inocente, pero de una belleza notable, Renata era la mayor de cinco hermanos. Había dejado de estudiar para ayudar a su papá en el trabajo y a su mamá en las labores de la casa.
Su poco tiempo libre lo pasaba leyendo revistas sobre la vida al lado del océano y viendo novelas en la televisión o en casa de Ana; imaginando a su príncipe azul que llegaba a rescatarla de su familia montado en un delfín.
Antes nunca había podido concretar su anhelado sueño de viajar, debido a que sus padres tenían gastos prioritarios que no incluían satisfacer las “necedades” de la hija.
Era dócil y tenía entre sus metas concluir los estudios medios, para después iniciar la carrera de Química Farmacéutica como su padre y heredar el negocio que había dado de comer a generaciones en su familia; ella hubiese preferido especializarse en cuestiones que tuvieran que ver con el mar y sus misterios.
A Mario lo conoció cuando éste fue a comprar pastillas para calmar las agruras a la farmacia. Ella bromeó que si lo que necesitaba era algo para detener la diarrea, ya que traía una cara de pocos amigos y rieron con la ocurrencia.
Desde entonces se habían hecho prácticamente inseparables y él sin apresurar la situación que se puso como objetivo, poco a poco la fue enamorando y Renata cayó casi de inmediato.
Ella quería tener novio como las artistas de las revistas y si ese hombre, 10 años mayor, le estaba ofreciendo la posibilidad no iba a dejarla ir. Se sentía ahora adulta y plena y no quiso ocultarlo a su amiga Ana.
Ana desconfiaba del hombre, pero al mismo tiempo sentía envidia de que Renata hubiese encontrado un galán antes que ella. Además, se había vuelto su “tapadera” incondicional y no podía ahora doblar las manos
La salida a la playa fue idea de Renata, y Mario vio la oportunidad perfecta para su plan. Solicitó permiso en su trabajo de auxiliar de oficina en un despacho de abogados y reservó un hotel modesto alejado del Centro de la ciudad de Cancún, a donde irían en avión con dinero que él había ahorrado por años.
Se frotaba las manos tan solo al imaginarse a la joven entre sus brazos. Ya había pasado por un fracaso matrimonial, cosa que evitó confesar a la chica por temor a espantarla y frustrar así su plan de hacerla suya.
Salieron muy felices rumbo al aeropuerto y sin mayores complicaciones abordaron su vuelo y llegaron cerca de mediodía al soleado y paradisíaco lugar.
Tan pronto como se registraron, Renata corrió a la alberca del hotel y estrenó por primera vez uno de sus trajes de baño. Se asoleó, tomó incluso un cóctel de piña colada y decidió entonces conocer y tocar con sus pies el agua del mar.
Mario apenas si tuvo tiempo de llevar las maletas al cuarto; cuando quiso alcanzarla, ésta ya estaba llorando de rodillas sobre la blanca arena ante la inmensidad azul que se presentaba ante ella.
Se puso de pie, mientras las olas acariciaban sus pies una y otra vez y ella embelesada tocaba el agua y esperaba a que secara para iniciar de nuevo su ritual de contacto.
Caminó despacio hasta que no sólo fueron sus pies los humedecidos. Sus rodillas sintieron la calidez del líquido casi transparente y luego sus caderas y torso.
Tibia por el Sol de verano, el agua de mar fue llenando a Renata de sensaciones desconocidas. Mágicas.
Movía los dedos de los pies y los entrelazaba con los granos de arena. Siguió caminando y caminando sin escuchar a Mario que le gritaba desde la orilla que se fueran a comer. Ella no respondía; estaba como ida, como si no hubiera nadie a su alrededor, sólo agua.
Antes de ese momento, Mario pensó que no tardaría en salir y que muy pronto podría consumar su pasión. Estaba seguro que ella tendría miedo a seguir más adelante, pero empezó a preocuparse cuando únicamente veía su cabello brillar al Sol.
Fue entonces que pidió ayuda a un salvavidas que estaba cerca del lugar, porque aún gritando con todas sus fuerzas, la joven no daba señales de iniciar su salida.
Mucha gente se concentró alrededor de él e instaban al experto nadador a ir por esa joven, que había llamado la atención de muchos por su belleza juvenil.
Para cuando el joven intentó llegar a ella, sólo se veían olas que iban y venían. Todos se pusieron nerviosos, con mayor razón Mario, que no entendía lo sucedido y pensaba qué razón daría a la familia si algo le pasaba a Renata.
Nada. El salvavidas no logró recuperar a la joven y el lugar se comenzó a llenar de curiosos. Llegaron elementos de Policía iniciando el proceso de investigación.
Tiempo después y cuando el Sol estaba por ocultarse y dejaba sobre el agua una estela multicolor, muchos se habían alejado ya, dando espacio a Mario para intentar entender lo que acababa de ocurrir. Estaba frustrado, decepcionado, triste y confundido.
A lo lejos se escuchó a una niña gritar: “¡Miren!” Y al instante, las personas que aún quedaban en el lugar giraron su cabeza hacia el Poniente y ahí se pudo observar una imagen femenina, montada en un precioso delfín, con pequeñas estrellas de mar por todo su cuerpo.
Era ella, Renata y se veía feliz. Dijo adiós con una de sus manos y se perdió para siempre en la inmensidad de la noche y el mar.
Nadie más supo de ella y desde ese momento nació la leyenda de una joven virgen que decidió por convicción entregarse al mar, a su anhelado mar y para siempre; dejando atrás dudas, reflexiones y a un hombre sin juventud tras las rejas de una prisión citadina sin ganas de vivir.

No comments: